Desesperado pedido de una madre que tiene a su hijo con una rara secuela post Covid

0
176

Mariela se había contagiado primero, en abril. Tránsito la enfermedad con síntomas leves. Tanto Alan, como su hermano Gastón, dos años mayor, hicieron el aislamiento preventivo y no se enfermaron. Una vez que su madre obtuvo el alta, la familia siguió con un ritmo de vida normal. Alan continuó con su trabajo en el área de redes sociales de la municipalidad de San Rafael y con sus estudios en la licenciatura de instrumentación quirúrgica, además de sus hobbies: ciclismo y boxeo. “Siempre tuvo una vida muy activa y movida”, relata su madre.

El primero de junio, después de experimentar falta de olfato, gusto y tos, a Alan le detectaron el virus. Desconoce dónde pudo haberse contagiado. Los primeros días, los síntomas fueron leves. El cuadro se complicó una semana después al desarrollar primero una neumonía unilateral y luego bilateral. “Lo llevé hasta el hospital local (Teodoro J. Schestakow), le dieron corticoides pero nunca le indicaron una internación. Yo no lo veía bien”, explica.

Mariela se ocupó de seguir con el tratamiento en casa. “Nunca dejó la cama, seguía con fiebre alta y lo veía decaído. Cada dos días llamaba a la ambulancia porque no notaba una evolución favorable”, describe. Pero eso no fue todo. Una mañana le llevó un té a la cama y lo vio hinchado, con el rostro muy colorado. “No perdí un segundo. Nos fuimos hasta la guardia. Los médicos lo revisaron y me dijeron que había desarrollado una reacción alérgica y que debía suspender la medicación. Igual, nos mandaron de vuelta a casa”.

En los días siguientes, mientras se recuperaba del virus, su cuerpo empezó a experimentar situaciones extrañas. Empezó a manifestar espasmos y movimientos involuntarios. “Comenzó retorciendo el brazo izquierdo y los dedos. Me asusté mucho, veía que no lo podía controlar. Además él se quejaba de dolor”, expresa Mariela. De inmediato, acudió al hospital local.

Una vez ingresado por guardia le indicaron medicación para controlar los síntomas. “Me dieron clonazepam para calmarme, pensando que podrían ser convulsiones y ataques de pánico”, relata Alan con cierta dificultad para hablar.

Una vez en casa, y ya sin los efectos de los calmantes, los síntomas reaparecieron. Y los días posteriores fueron sensaciones aún más fuertes. “Empecé a hacer otros movimientos, ahora en ambas manos, piernas, cabeza e incluso párpados”, detalló Alan. A partir de ahí ya perdió la autonomía: “No puedo caminar y uso bastón”.

En un acto de desesperación, y sin la confirmación de un diagnóstico, Mariela recurrió a las redes sociales para visibilizar el caso de su hijo. Registró el día a día en varios videos y publicó el documento.

El padecimiento de Alan no se detuvo. Semanas después debió ser internado porque los espasmos se incrementaron. Lo trataron con ansiolíticos. “Estaba dopado por todos los psicofármacos que le inyectaron, pero ese no es mi hijo. Hasta llegó a tener alucinaciones. Es por eso que pedí el alta voluntaria”.

Decidieron ir hasta la ciudad de Mendoza -que está a tres horas en colectivo de Barrio Los Olivos, donde viven-. Mariela dejó a Gastón, su otro hijo, que tiene síndrome de Down, con sus abuelos para visitar un centro de neurología. Sin el amparo de una obra social, pagaron la consulta de manera particular. Incluso debieron abonar todos los estudios que le realizaron: resonancia, encefalografía, tomografía.

La especialista que lo revisó llegó a la conclusión de que el cuadro de Alan corresponde a secuelas que dejó el virus. “Trastornos involuntarios compulsivos que le afectan el sistema nervioso central, pero nadie lo sabe tratar, ni quieren hacerse cargo”, dice indignada Mariela. Y sigue: “La médica que lo atendió fue a un simposio. Tuve que buscar otro especialista y le cambió la medicación ahora está tomando. Los espasmos se cortaron pero está postrado en una cama. Ni se mueve, está petrificado”, narra. Mariela está desesperada.

A más de treinta días de haber atravesado el virus, Alan todavía no tiene médico que estudie su salud de modo integral. Ya adelgazó más de 10 kilos, está anémico, débil y tiene gran dificultad para hablar. “Estamos a la deriva. Necesitamos que alguien nos diga qué está pasando. Cada día que pasa es un día menos en la vida de mi hijo. Sé que todavía poco se conoce sobre las secuelas del COVID-19, pero Alan tiene que volver hacer el de antes, él es el motor de esta familia”. (Infobae)

Artículo anteriorDetectan diecisiete casos de la variante Delta en Córdoba
Artículo siguienteYa es obligatorio: los coches eléctricos e híbridos nuevos en Europa deberán hacer ruido por ley

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí